Giovanna Baldessano
Cuando mi abuela era joven, se pasaba horas conectada a la red libre. Ella y sus amigos se escribían en las redes sociales de la época, veían vídeos (con una pésima calidad de imagen) consultaban datos en la mítica Wikipedia o jugaban a juegos masivos en línea. Todo ello, sin tener que descargarse apps específicas para cada tarea, previo pago de su importe. Sin control de las autoridades locales o transnacionales, sin conocimiento de la policía o de las grandes marcas.
Tiempos salvajes: así se describen los primeros años del siglo en la última novela de Pascal Luthenbraut, titulada precisamente así. A tenor de los sufrimientos y perplejidades de sus protagonistas, parece que la gente de aquella época vivía en constante peligro, siempre a punto de sufrir un ciberataque o de caer en las garras de despiadados acosadores.
No digo que esos riesgos no existiesen realmente, pero pensemos en todo lo que nos han quitado para protegernos. A cambio de las apps seguras que disfrutamos en la actualidad, hemos perdido el control. El ciudadano de a pie ya no sabe ni quiere conectarse a internet sin el filtro de las apps. Es demasiado complicado, y, ahora sí, arriesgado de verdad. Después de todo, ¿por qué va una persona normal y corriente a conectarse libremente a la red, sabiendo que por el simple hecho de hacerlo entrará en el radar de la policía y podría ser investigada?
No piensen mal de mí: yo tampoco lo hago. Tengo una imagen pública, me gano la vida escribiendo en medios a los que se accede a través de apps de última generación, y no quiero llevarme un susto cualquier día por haberme dejado arrastrar por la curiosidad. Supongo que soy cobarde, y no tengo ningún problema en admitirlo. Pero a veces…
A veces siento nostalgia de aquellos «tiempos salvajes». Y me gustaría que mis hijos fuesen capaces de explorar libremente ese mundo maravilloso de datos, conocimientos y opiniones que existe ahí fuera, en la red libre. Bien protegidos, desde luego. Pero no mediante filtros policiales, sino mediante una educación moderna, que los preparase para evitar los riesgos de la red libre y para disfrutar de sus beneficios.
Lamentablemente, nuestra generación ya ha perdido ese tren. Pero empiezan a sonar voces que reivindican un cambio. Y quién sabe, tal vez no sea demasiado tarde… Tal vez aún estemos a tiempo de recuperar el espíritu aventurero de los primeros tiempos de internet.